Cosas de las guardias

Cosas de las guardias

Eran las tres o cuatro de la madrugada cuando sonó el timbre de guardia. A esas horas y en aquellos tiempos, salías de la cama con el cuchillo entre los dientes y en la mente una sola frase: ¿Tiene receta?

La ventanilla para dispensar era de las que solo se veían los dedos y las recetas. Me acerco a la ventanilla y lo primero que veo es como una libreta pequeña. Aún no había descubierto qué era aquello cunado desde el otro lado una voz dijo: ábrala, por favor”. Con las legañas aún pegadas y haciendo un gran esfuerzo para ver algo, la abro y veo una foto de una pareja relativamente joven con cinco niños alrededor. Entonces caí: era el libro de familia.

Soy pescador. Vengo de estar en el mar tres meses. Una caja de preservativos, por favor”. Y sin favor también, pensé, y buen provecho. Me pareció que aquello era ya suficiente receta para dispensar lo solicitado.

Para contar otra de las anécdotas que recuerdo con más nitidez, es necesario explicar que hubo un tiempo en el que existían supositorios balsámicos que venían dentro de cajas de corcho y envueltos, artesanalmente, en papel de platina. Pues tenía yo una caja de esas durmiendo el sueño de los justos en la botica. Un día, apareció un señor que no era cliente y al que no lo había visto nunca. “Mire”, me dijo, “tengo un catarro que no se me quita con nada”.

Lo pensé y vi que era mi ocasión. Le puse delante aquella reliquia y, al ver su cara de sorpresa, le dije con un firme convencimiento: “no se fie de las apariencias. Hay que juzgar por los resultados”.

Pues contra todo pronóstico lo convencí a la primera, y así despedí al hombre y a la cajita que tanto tiempo estuvo conmigo.

Sinceramente me quede con un poco de remordimiento, pero me consolé pensando que por donde se recomendaba ponerse el medicamento tampoco tendría consecuencias significativas.

A la semana, veo al caballero de los supositorios entrar a la farmacia y dirigirse a mí.

-¿Usted fue el que me dijo: no se fie de las apariencias?”. Pensé: “trágame tierra”, y le dije con más temor que convencimiento: -“Sí, fui yo”.

-“Pues tenía usted razón”, me dijo, “mano de santo. Se me quitó todo. Deme una o dos cajitas más”.

Jaime López Orge
Extesorero del COFLP y farmacéutico jubilado